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viernes, 31 de octubre de 2008

Quirófano en la tele

Somos la generación de los videojuegos. Estamos acostumbrados a mover controles y apretar botones mientras observamos cómo se desarrolla la acción en una pantalla. Esa fue una de mis sensaciones en la primera cirugía laparoscópica que ví. Se trató de una cirugía de próstata, en un paciente de 58 años con cáncer.
Otra de las cosas que me llamaron la atención fue que no podía ver al paciente: este hombre estaba tapado íntegramente, y para colmo su cabeza y tórax estaban inclinados 30º hacia el piso para que los cirujanos se pudieran poner en posición, por lo cual la situación era un tanto bizarra.
Sin embargo, como toda la acción estaba en el televisor, me concentré, al igual que todos los que estaban en el quirófano, en ver las imágenes y en tratar de seguir la cirugía.
En el momento no me dí cuenta, pero el centro de todo era la próstata y el campo quirúrgico. No había nada más, no se veía la cara del paciente, era como un videogame en el cual había que sacar una próstata enferma. Ahora bien, ¿es esto deshumanización? Me parece que no. Simplemente estaban haciendo el trabajo necesario, y en las condiciones en que debe realizarse ese trabajo. Es más, gracias al abordaje laparoscópico, le estaban garantizando al paciente una óptima recuperación y una menor probabilidad de complicaciones que en una cirugía convencional. Desde este punto de vista podríamos decir que si bien en apariencia se trataba de una situación deshumanizante, en el fondo era plenamente humana.
Se trataba de la primera cirugía que operaba este urólogo como cirujano principal, por lo que apenas terminaron de suturar la última incisión, salió feliz del quirófano junto con sus colegas para festejar. Sin embargo, la frutilla del postre, el plus ultra vino al final. El jefe del servicio salió también del quirófano, pero no fue a festejar, sino a buscar a la mujer del paciente, a quien conocía por su nombre y también por su apodo, para avisarle que había salido todo bien. Después regresó y esperó a que se despertara el paciente, lo tomó de la mano, y con cariño le explicó que todo había salido bien y que ya le había avisado a su mujer. Como si esto fuera poco, nos vio a nosotros que todavía estábamos contemplando la situación y nos empezó a explicar: cómo se debía dejar colocada la sonda, dónde se debían colocar los apósitos, y cómo se debían controlar los drenajes. Finalmente, acompañamos al paciente hasta la sala de recuperación, donde vimos cómo este médico se despidió cariñosamente del paciente, asegurándose de que todo estuviera bien, y ¡hasta nos invitó un café!
Realmente no se puede ser buen médico si no se es buena persona.

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