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lunes, 9 de marzo de 2009

"A mí nadie me saluda"

Nada mejor para un médico que ir caminando por un pasillo junto a sus colegas y que un paciente lo detenga para agradecerle sus servicios. Mejor aún si al paciente se le escapa alguna lágrima, o si es una atractiva señorita.

El reconocimiento de los pacientes es un gran incentivo para los médicos. Recordemos que antes la gente solía pagar las consultas con objetos y no con plata, y así se instauró también una costumbre de agradecer con regalos los esfuerzos terapéuticos de los profesionales. En algunos hospitales, los pacientes agradecen también a las enfermeras y les dejan propina, hecho que lamentablemente no es tan común.

Sin embargo, hay una especialidad que no goza del privelegio del reconocimiento público. Por lo general, cuando uno se cruza con estos sujetos, desvía la mirada, como cuando se cruza con una exnovia por la calle. Si el paciente llega a tener la valentía de saludar, por lo general lo hace fría y lejanamente, sin detenerse a agradecer. Y no solo esto, estos profesionales nunca saben si saludar o no, ya que podría resultar incómodo para su paciente.

Admitámoslo: son pocos los que abiertamente reconocen que van al psiquiatra. Está bien necesitar ayuda para que la tiroides funcione bien, y es lógico, a nadie le parece descabellado que una persona necesite tomar hormona tiroidea porque su cuerpo no la produce normalmente. Sin embargo, tener que tomar un medicamento que ayude a que el ánimo esté estable, o ayude a superar la tristeza, ya parece algo más complicado. Hay un halo de oscuridad alrededor de los psicofármacos y las enfermedades psiquiátricas. Está bien tomar algo para la tiroides, pero no está bien tomar algo para la "cabeza": sin embargo, nos olvidamos que en los dos casos el cuerpo es incapaz de producir adecuadamente una sustancia necesaria (perdón por la simplificación).

Por eso no saludamos a los psiquiatras por los pasillos... ¿por qué discriminamos tanto a los enfermos psiquiátricos?

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